Para que quede de testimonio "De lo que pasó en México desde el 2010-¿? "Para mis hijos... cuando los tenga, -Un abrazo y un beso si no se los pudiera platicar personalmente-
Friday, May 26, 2023
TAMAULIPAS:LOS SICARIOS DE CABEZA DE VACA ERAN LOS "GOPES"
NOTA DEL BLOG: CAMARGO TAMAULIPAS MEXICO 26 DE MAYO 2023
CON LAS DECLARACIONES DE UN GOPE QUEDA COMPROBADO QUE LOS "GOPES" POLICIAS ASESINOS DE FRANCISCO GARCIA CABEZA DE VACA EXGOBERNADOR DE TAMAULIPAS QUE ACRIBILLARON A BALAZOS Y DESPUES INCINERARON CON DIESEL A LOS 2 POLLEROS (TRAFICANTES DE PERSONAS) Y A LOS 17 INMIGRANTES ILEGALESFUERON 24 Y NO 12
(RAZON POR LA CUAL RESERVARON EL EXPEDIENTE 5 AÑOS)
EN ESA OCASION LA INTEL SABIA CALLE DECLARO QUE LOS MIGRANTES HABIAN SIDO PERSEGUIDOS POR MAS DE 20 GOPES Y COINCIDE CON LO DELARADO POR UN POLICIA ARREPENTIDO QUE DIJO QUE ERAN 24 LOS ASESINOS (INCLUYENDOSE ÈL)
Los Migrantes fueron perseguidos hasta por 20 agentes del GOPES, aunque actualmente solo 12 de ellos están detenidos y en procesos judiciales. Ya cuando los uniformados dieron alcance a las 19 personas, empezaron a rafaguearlas con más de 100 bala #camargo#tamaulipashttps://t.co/KbC0wQmcfi
— Menny ALERTA DE RIESGO (@MennyValdz) May 22, 2022
Nadie llamó a las familias de los coyotes de Camargo
Las
dos víctimas mexicanas de la matanza migrante, Daniel Pérez y Jesús
Martínez, fueron señaladas desde el principio como traficantes de
personas. Entrevistas, análisis telefónicos e informes periciales, que
constan en el expediente del caso, dibujan su periplo
Lo
primero que vio el agente de la Fiscalía de Tamaulipas al llegar al
lugar de los hechos, un camino de tierra en la zona rural de Camargo,
fue un cuerpo calcinado. A cinco metros del cuerpo, una camioneta llena
de cadáveres humeaba. Eran pasadas las 16.50 del viernes 22 de enero de
2021. Para entonces, la camioneta había estado ardiendo por más de
cuatro horas, igual que los cuerpos que había dentro, 17, y los dos que
yacían junto a las puertas. El agente se fijó primero en el que había
del lado del piloto. Se veía a simple vista, estaba como a cinco metros
de la camioneta, boca abajo, la nariz enterrada en la tierra.
Los
peritos catalogaron el cuerpo con la letra A. Cuando se hizo de noche,
llevaron este y los de los demás a la funeraria Rodríguez, de Miguel
Alemán, en plena frontera chica. En esa zona de Tamaulipas, pegada a
Texas, la Fiscalía no tiene dónde dejar los cadáveres y usa la funeraria
de anfiteatro. El cuerpo A era uno de los pocos que parecía eso, un
cuerpo, algo humano. Porque lo que el agente y los peritos habían
encontrado en la batea de la camioneta era un terrible amasijo de carne
descompuesta. No sabían cuántas personas habían perecido allí. Muchas,
sí, pero era difícil saber cuántas.
A
lo largo del día siguiente, los forenses empezaron a separar los
cuerpos. Los más difíciles eran los de la batea, todos amontonados.
Luego empezaron con las necropsias. La primera fue la de “A”. Los
especialistas iban apuntando lo que encontraban, le tomaban muestras,
limpiaban la piel… En el informe que entregaron más tarde a los fiscales
escribieron que “A” había sido un hombre robusto, de unos 30 o 35 años.
No pudieron decir cómo era su boca, o sus labios. Cómo eran sus
pestañas o si tenía barba. Le encontraron una cadena alrededor del
cuello y una esclava en la muñeca derecha. En el brazo izquierdo, los
forenses pudieron ver, como si fuera un milagro, los restos de un
tatuaje de la santa muerte.
El tatuaje del brazo izquierdo de Jesús Martínez, en una imagen tomada por los peritos de la Fiscalía de Tamaulipas.
Ya
para entonces —en menos de un día— la Fiscalía había podido identificar
los 19 cuerpos. Algunos estaban irreconocibles, no quedaba nada de la
cara, los brazos, las piernas. Como describirían luego los peritos en
sus informes, el fuego había alcanzado temperaturas superiores a los 800
grados. En el de química forense, que la Fiscalía incorporó a la
investigación el 1 de marzo, los expertos probarían que los atacantes
habían usado hidrocarburos o algún tipo de acelerante para quemar los
cuerpos.
En
las necropsias, los forenses apuntaron en muchos casos que los
cadáveres presentaban heridas de arma de fuego. De los 19, en 13 habían
encontrado heridas de bala, mortales en todos los casos. La profundidad
de las quemaduras de los otros seis imposibilitaban definición alguna.
Los forenses no sabían cómo habían muerto. Lo que sí pudieron determinar
es que las quemaduras de cuarto grado que todos habían sufrido
“carecían de reacciones vitales”, lo que probaba que todos estaban
muertos cuando el fuego empezó. En el cuerpo “A”, los forenses
encontraron lesiones por herida de bala en el tórax y el abdomen.
Día
y medio más tarde, a 25 kilómetros de la funeraria, en la cabecera
municipal de Camargo, un hombre llegó a la oficina local de la Fiscalía.
El hombre se identificó como Juan José Martínez, de 63 años. Dijo que
era vecino de Apodaca, en Nuevo León, a dos horas al sur en carro. Dijo
también que era taxista. El motivo de su presencia allí es que pensaba
que su hijo, Jesús, podía estar entre los muertos calcinados. Estaba
desaparecido desde el viernes 22 y quería que le tomaran una muestra de
ADN para confirmar o descartar que Jesús era uno de ellos.
El
otro hijo del hombre, Carlos, le acompañaba aquel día en Camargo. Por
el relato que ambos dieron a los agentes, Jesús vivía un poco al margen
de la familia. Su padre ni siquiera sabía dónde vivía y Carlos apenas
conocía de nombre a su mujer. Fue precisamente la pareja de Jesús la que
había dado la voz de alarma. El sábado a mediodía, la mujer llamó a
Carlos y le contó que había perdido la comunicación con él la medianoche
anterior. Le dijo que Jesús planeaba cruzar de indocumentado a Estados
Unidos. Habían ido a recogerle el jueves 21 por la noche. Se había ido
en una camioneta blanca.
Carlos
dijo a los fiscales que cuando escuchó eso empezó a encontrarse mal. La
última vez que había hablado con su hermano había sido precisamente el
jueves en la noche. Ese día celebraban el cumpleaños de su papá en la
casa familiar y habían quedado de cenar allí. Pero Jesús no se había
presentado. Ni siquiera había llamado a su padre. Carlos le había
marcado molesto, reclamándole. Su hermano, que según Carlos también era
taxista, se excusó. Dijo que tenía mucho trabajo, que tenía varios
clientes que salían de un depósito en la noche y él les llevaba a sus
casas. El dinero le ayudaba a pagar el carro con el que trabajaba. Sea
como fuera, ya no habían vuelto a saber de él. Después de declarar, los
dos hombres dejaron sus muestras de ADN y se fueron.
Daniel
Horas
más tarde de que Juan José y Carlos declarasen, otro hombre entró en la
oficina de la Fiscalía en Camargo. La agencia trabajaba a marchas
forzadas. Las noticias del hallazgo de los 19 cadáveres calcinados
corría como la pólvora y empezaba a convertirse en un escándalo
nacional. El rumor de que las víctimas eran migrantes empezaba a
aparecer en periódicos y noticieros. Iba naciendo también el relato de
su tránsito. En pocos días se supo que la mayoría venían de las montañas
del sur de Guatemala. Uno más era de El Salvador. Los otros dos eran
mexicanos y pocos dudaron de que se trataba de los coyotes. Los
traficantes.
Ya
era pasada la hora de comer. El hombre que comparecía ahora ante los
fiscales se llamaba Raúl Pérez. Acudía a la Fiscalía porque su primo,
Daniel Pérez, había salido días antes a “traer gente” y había dejado de
comunicarse. Con traer gente, Raúl se refería a llevar migrantes a la
frontera, ayudarles a cruzar. Traficarlos, vaya. Originario de San Luis
Potosí, Daniel había salido de casa el día 18 por la noche. El día 20 le
había dicho por teléfono que iba a cruzar a unos migrantes por el lado
de Camargo. Los dos hablaron por última vez el mismo día 22, a eso de
las 8.00. Le dijo que estaba muy cerca ya, pero que andaba “bien
cargado, que estaba muy feo y que había mucha ley”.
Imagen de la camioneta Chevrolet Silverado, parte del informe de balística con que cuenta la Fiscalía de Tamaulipas.
Raúl
contaba una cosa que, semanas más tarde, confirmaría la esposa de su
primo, Karen Gómez. El hombre, que había estado viendo las noticias,
explicaba que Gómez le había dicho que el mismo día 22, sobre las 10.00
horas, Daniel le había llamado, desesperado, diciéndole que los
“policías le estaban tirando” balazos. Luego se había cortado. Raúl
Pérez pensaba que su primo podría estar entre las víctimas de Camargo.
Su preocupación era tal que no había tenido problema en reconocer las
actividades de Daniel. Él se dedicaba a eso, decía. No sabía cuánto
ganaba, pero siempre que salían a tomar unas cervezas, el otro sacaba
dinero.
El
primo no se equivocaba, Daniel estaba muerto. Su cuerpo había aparecido
en la camioneta calcinada junto a los otros 18. El agente de la
Fiscalía que llegó a la escena del crimen el día 22 por la tarde lo vio
sentado, en el asiento del piloto, el brazo izquierdo debajo del cuerpo,
una posición antinatural, como si alguien lo hubiera colocado así.
Catalogado como cuerpo “C”, su cadáver era el más próximo a “A”, es
decir, Jesús Martínez. El primero tenía 28 años y el segundo 42. No está
claro si se conocían. Tampoco si se dedicaban a lo mismo.
Cuando
acudió a dar su declaración meses más tarde, Karen Gómez contó que ella
y Daniel llevaban dos años casados y que no habían tenido hijos. Vivían
en casa del padre de él, en un pueblo de San Luis. Dijo que el hombre
trabajaba desde hacía cinco años de trailero, que tenía un tráiler
verde, pero que no sabía con qué compañía laboraba. El 18 de enero,
cuando se fue, a eso de las 20.00, vestía un pantalón de mezclilla, una
chamarra negra y zapatos tipo botín, como de trabajo, color claro. No
llevaba maleta y no le dijo a dónde iba.
Los
forenses que practicaron la necropsia al cadáver de Daniel Pérez
estimaron que el 90% de su cuerpo presentaba quemaduras de cuarto grado y
asumieron que había muerto por culpa del fuego. La perito que firmó el
informe de mecánica de lesiones en julio estimó, sin embargo, que Daniel
había sido herido a balazos y había muerto desangrado. Fuera como
fuera, el fuego había deshecho parte de su cuerpo.
El camino
Se
conocieran o no, Daniel Pérez y Jesús Martínez debieron juntarse en
algún momento entre el 21 y el 22 de enero. No se sabe dónde, ni cómo.
La esposa de Martínez le dijo al hermano de este que una camioneta
blanca había ido a buscarlo el 21 por la noche. ¿En esa camioneta iba
Pérez? ¿Tenían acaso más compinches? Y si tenían, ¿eran todos de esa
zona del noreste mexicano o algunos venían con los migrantes desde el
sur? Pero, ¿y si es verdad que Martínez era uno más del grupo migrante?
Lo
que es seguro es que uno u otro, o quizá alguno de sus posibles
cómplices, mantenían algún tipo de relación con agentes del Instituto
Nacional de Migración. Lo hubieran hecho otras veces o no, uno de los
carros que el grupo condujo hacia el norte, una Toyota Sequoia modelo
2008, era un préstamo del Instituto. Agentes de la dependencia lo habían
decomisado el mes anterior en un operativo contra la trata de personas
en Escobedo, cerca de Monterrey. Y ahora ahí estaba, en ruta de nuevo,
con un nuevo grupo de migrantes.
Panorámica del ejido Santa Anita, donde se encontraron los vehículos calcinados.
Entre
el 20 y el 22 de enero, el teléfono de Pérez echó fuego. Mantuvo
decenas de llamadas y comunicaciones con números de San Luis Potosí,
Tamaulipas y Nuevo León. De entre las llamadas y los mensajes que
entraron y salieron, nada lo hizo al número de celular de Martínez. Al
menos al número que su padre y hermano dieron a los fiscales. Las
antenas telefónicas de la ruta detectaron el paso de Pérez por varios
puntos de los caminos al norte.
El
joven aparece, por ejemplo, en la antena de San Cayetano, en la
frontera de San Luis y Nuevo León, a primer hora del día 21. Esa
madrugada, el número se conectó a las antenas de la carretera que va
hasta Monterrey. Pasadas las 6.08, se conecta en la capital. Puede que
allí parasen algunas horas, no mucho, porque pasadas las 9.00, antenas
cercanas a General Bravo, hora y media al este, camino ya de Reynosa,
detectan su número.
Ahí,
en ese punto, entre dos antenas cercanas a General Bravo, Daniel Pérez
pasó el día con quien fuera que estuviese. Su celular se conectó en
multitud de ocasiones desde las 9.00 hasta casi las 20.00. No se movió
de allí. Ya en la noche avanzaron un poco más, en la misma ruta. Y poco a
poco, su celular avanzó hacia la frontera tamaulipeca. En la madrugada
del viernes 22, lo detectan ya las antenas de La Sierrita y El Prieto.
Esta última está en Lucio Blanco, muy cerca ya de Santa Anita. Allá, en
Santa Anita, los fiscales encontraron las camionetas con los cuerpos
quemados.
En
esas últimas horas, Pérez habló con su primo y su esposa, según
contaron ambos en sus declaraciones. En la última llamada con su mujer,
Pérez dijo incluso que los policías les estaban disparando. Ocurre, sin
embargo, que el análisis que la Fiscalía de Tamaulipas hizo del número
de Pérez no muestra que el día 22 hablase con ninguno de los dos. ¿Tenía
acaso otro número? ¿Hay algún tipo de comunicación entre celulares que
los peritos no detectasen? Pérez sí habló con dos números, uno de San
Luis y otro de Díaz Ordaz, un pueblo cercano a Camargo. Con este último
mantuvo largas conversaciones entre el 21 y el 22.
El final
El
policía Ismael Vázquez encontró a Daniel Pérez tirado en el suelo,
entre la maleza. “Estoy aquí”, dijo Pérez con un gemido. Estaba herido,
un balazo le había atravesado el tórax de adelante hacia atrás. Vázquez
se acercó y le preguntó si estaba armado, si era él quien había huido. A
Pérez apenas le dio el aliento para decir que sí, que él era el chofer y
que no, no llevaba armas. Malherido, añadió que no podía respirar.
Vázquez lo registró, vio la sangre en su abdomen, pero, por más que
buscó, no encontró su herida. Tampoco ningún arma.
Entre
Vázquez y una compañera llevaron a Pérez con los otros, que estaban a
unos pocos cientos de metros de allí. La situación era crítica. Ellos
dos y otros 22 policías a las órdenes de la coordinadora de la policía
de Tamaulipas en esa parte de la frontera, Mayra Vázquez Santillana,
habían atacado a balazos al convoy migrante. De los 19 que habían
quedado allí, muchos estaban heridos y otros, ya muertos. No está claro
si se había tratado de una confusión o de qué, pero los policías habían
disparado más de 100 veces contra un grupo de personas indefensas.
Aquello no pintaba bien.
Vázquez
y su compañera dejaron a Pérez junto a una de las dos camionetas que
habían interceptado, una Chevrolet Silverado. Un poco más allá estaba la
Sequoia, la que un mes antes había decomisado Migracion cerca de
Monterrey. Junto a la Silverado estaban los jefes de Vázquez, entre
ellos la coordinadora Vázquez Santillana y Horacio Rocha Nambo, jefe del
Grupo de Operaciones Especiales, "GOPES", de la policía estatal en la
zona.
Del
total de 24 agentes, 20 eran hombres de Nambo,todos bajo las ordenes de
Felix Arturo Rodriguez Rodriguez,hombre cercano a l ex-gobernador
panista Francisco Javier Garcia Cabeza de Vaca.
La
Silverado era una camioneta con media cabina. La caja de atrás estaba
descubierta. En la batea, Vázquez vio un grupo de hombres heridos y
otros muertos. Nambo le dijo que subiera a la caja a varias mujeres del
grupo. Vázquez les dijo que lo hicieran y ellas accedieron. En esas
estaban cuando otro grupo de compañeros aparecieron con Jesús Martínez.
Decían que lo habían encontrado escondido en los matorrales. Cuando los
vio, narraron, había agarrado su teléfono y lo había roto.
Entre
Nambo y otro gopes empezaron a interrogar a Martínez. Le preguntaban
que para quién trabajaba. Vázquez, que se alejó un poco de ellos,
alcanzaba a escuchar los golpes que le daban, aunque no las respuestas
de Martínez, si es que daba alguna. Acto seguido, el policía escuchó
varios disparos y, cuando giró la vista, vio a Martínez tendido en el
suelo, boca abajo, la nariz enterrada en la tierra. Muerto. Después,
todo pasó muy rápido. En algún momento, los policías colocaron a Pérez
en el asiento del piloto de la Silverado. En algún momento, dispararon a
los hombres y las mujeres que morían o habían muerto en la camioneta.
En algún momento, les rociaron con gasolina. En algún momento, les
prendieron fuego.
Un día después, un socio de Pérez, o
de Pérez y Martínez, que había organizado parte del viaje desde las
montañas del sur de Guatemala, empezó a llamar a las familias de esos hombres y mujeres en
esas mismas montañas. Les dijo que todo había salido mal. Algunos de
los migrantes eran muy jóvenes, tenían toda la vida por delante, tenían
sueños, un propósito. Nadie llamó a la mujer de Pérez, ni a la de
Martínez. Nadie llamó a sus padres, madres, hermanos, primos. A nadie le
importó. Ellos ya eran los coyotes, los polleros, los traficantes.
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