NOTA DEL BLOG: 12 DE JUNIO 2021
LA SOLDADA VANESA GUILLEN DESAPARECIO DESDE EL 27 DE ABRIL DEL 2021 AUTORIDADES DEL FUERTE OCULTARON LOS HECHOS
La historia de Vanessa puso
el foco en la lacra de los abusos en el Ejército de Estados Unidos, pero también señaló a
Fort Hood como un lugar especialmente maldito: su tasa de delitos
sexuales es un 75% superior a la media del Ejército, sufre la segunda
mayor incidencia de intentos de suicidio y ocupa la peor posición en
detección de drogas. Mientras los investigadores buscaban a Vanessa, se
toparon con el cadáver de Gregory Morales, otro soldado que había
desaparecido un año atrás y fue declarado desertor.
"Para ocultar más fácilmente el cuerpo
de la mujer muerta, Robinson y Aguilar procedieron a desmembrar el
cuerpo. Usaron un hacha y un cuchillo del tipo machete. Separaron las
extremidades y la cabeza"
Réquiem por la soldada
Vanessa Guillén
SOURCE EL PAIS
La militar, acosada
durante meses en la base de Fort Hood en EE UU sin que se tomaran
medidas, acabó descuartizada. Su caso ha dado alas a una nueva ley y
puesto el foco en el alcance e impunidad de los abusos sexuales en el
Ejército
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El amanecer en Fort Hood se parece al de un anuncio de la campaña para
la reelección del presidente Ronald Reagan en 1984. El vídeo comenzaba
con una voz en off envuelta en una apacible música que anunciaba:
“De nuevo es de día en América”. Y se podían ver imágenes de barrios
residenciales: un chico repartiendo periódicos, un ejecutivo bajando de
un taxi, un tractor labrando la tierra con el sol tímido de primera
hora, una pareja casándose. Orden, prosperidad, buen rollo. Nadie
querría salir de allí.
A las ocho de la mañana, esta base militar de Texas, una de
las mayores de Estados Unidos, lleva un buen rato en plena actividad.
Los militares acaban de realizar su hora y media de ejercicio diario.
Los niños acuden a las guarderías y los colegios. Los padres, a sus
puestos de trabajo. En la compañía Delta, octavo batallón de ingenieros,
segunda brigada, ensayan la ceremonia de cambio de guardia que van a
celebrar al mediodía y entonan su himno: “Marchad, cantad nuestra
canción, con el Ejército de los libres”.
En Fort Hood
viven 38.000 soldados y la cifra supera las 70.000 personas si se
incluyen a familias y empleados civiles. Es como una gran ciudad con
restaurantes, boleras, hoteles, oficinas bancarias y peluquerías, pero
sin tráfico imposible. Hasta se puede ver a uniformados en bicicleta.
Situada entre Austin y Waco, ocupa 214.000 acres (algo más de 86.000
hectáreas), más que la ciudad de Nueva York entera, y es la única base
de todo el país capaz de albergar y entrenar dos divisiones acorazadas.
Fue fundada en enero de 1942, cuando Estados Unidos se involucró en la
II Guerra Mundial. Por sus filas pasó un joven llamado Elvis Presley.
La mañana del 22 de abril de 2020, una de esas apacibles y
ordenadas mañanas, la soldada Vanessa Guillén, de 20 años, desapareció.
Había sido acosada durante meses, ante los ojos de su unidad, sin que
nadie tomase medidas. Encontraron su cuerpo descuartizado, dos meses
después, cerca de la base. Otro soldado la había asesinado. Ha tenido
que pasar más de un año para que el Ejército haya considerado probado el
acoso, aunque no por parte del hombre que la mató. Veintiún altos
cargos han sido relevados o castigados por los graves errores cometidos
en cada uno de los puntos del proceso.
Una investigación
independiente llevada a cabo en la base tras el suceso reveló un clima
“permisivo con el acoso y la agresión sexual” que llevaba a las
militares, sencillamente, a actuar “en modo supervivencia”. El panel
entrevistó a 507 mujeres y en cuanto a agresiones sexuales, halló 93
testimonios creíbles de los que solo 59 habían sido reportados, por
miedo al ostracismo. Por lo que respecta al acoso, los investigadores
hallaron 135 casos creíbles entre esas 507 mujeres encuestadas y
solamente 72 lo habían notificado. La mitad de ellas dijo que no
confiaba en sus superiores.
La historia de Vanessa puso
el foco en la lacra de los abusos en el Ejército, pero también señaló a
Fort Hood como un lugar especialmente maldito: su tasa de delitos
sexuales es un 75% superior a la media del Ejército, sufre la segunda
mayor incidencia de intentos de suicidio y ocupa la peor posición en
detección de drogas. Mientras los investigadores buscaban a Vanessa, se
toparon con el cadáver de Gregory Morales, otro soldado que había
desaparecido un año atrás y fue declarado desertor.
Fort Hood recibe el sobrenombre de “el gran lugar”, por la
calidad de vida que ofrece a los militares y sus familias. Es el cuartel
general del III Cuerpo y también se hace llamar, con orgullo, “el
martillo de América”.
A la soldada Vanessa Guillén la
mataron a martillazos en la cabeza. Luego la metieron en una caja con
ruedas, la llevaron a un río, la desmembraron y la quemaron. Ahora da
nombre a una ley que busca cambiar el modo en el que se trata la
violencia sexual en el Ejército.
1. ACOSO, DESAPARICIÓN Y MUERTE
Están
clavadas varias cruces en una orilla del río León, rodeadas de
mensajes, vírgenes y abalorios; representan tres tumbas por los tres
agujeros diferentes en los que fueron enterrados los restos de Vanessa:
la cabeza separada del tronco y el tronco de sus extremidades. Gloria,
su madre, acudió allí una vez, el 14 de diciembre, porque quería verlo
con sus propios ojos y rezar. El cura la consuela, le dice que Vanessa
murió como Jesucristo, con sufrimiento, para salvar la vida de otras
muchachas. Otros le dicen que olvide el dolor, que todas esas perrerías
se las hicieron ya muerta. Pero ella piensa en las que le hicieron en
vida porque recuerda todo lo que ocurrió desde que entró en Fort Hood en
2018 como una película de terror a cámara lenta.
“En tres o cuatro meses ya no era la misma. Un día me dijo:
‘Fort Hood es el infierno, mami. Estoy viendo mucho acoso a las jóvenes,
mucha maldad, hay muchas pandillas, mucha droga en todas partes, muchos
suicidas”, rememora la mujer, de 43 años. “Yo le dije que rompiera ese
contrato inmediatamente y se fuera de allí, pero no podía, debía cumplir
tres años antes de poder hacerlo”, continúa.
Su ánimo
empeoró, perdió peso, se le caía el pelo. Un sábado de febrero de 2020
Gloria la sentó en la cocina y la hizo hablar. “¿Te acuerdas de que te
dije que acosaban a muchachas, mami? Es que yo soy una de ellas’, me
dijo. Le pregunté si la habían llegado a tocar pero me respondió que dos
amigos allí dentro la protegían. Yo le rogué que denunciara, pero me
aseguró que no serviría de nada, que nunca hacían caso de las denuncias.
‘Si la gente a la que acudes es la misma que viola, ¿crees que van a
hacer algo?’, me explicó. Me dijo que esperaría a poder salir de allí
para hablar. Le faltaba un año”. Vanessa pidió ese destino porque se
encontraba a tres horas en coche de su familia, que vive en Houston. Era
la segunda de seis hermanos nacidos en Estados Unidos, de padres
originarios de México.
Cuesta respirar en casa de los
Guillén. El hogar entero se ha transformado en un mausoleo para Vanessa.
Fotos, dibujos y pinturas con su rostro ocupan todas las paredes. Su
juventud, su belleza apabullante, sus ojos brillantes observan desde
todos los rincones. Las estanterías hasta el suelo están llenas de
recuerdos, postales, condecoraciones regaladas por otros soldados,
banderas. Su gorra, sus botas, su foto de graduación. La madre envía
correos al presidente, Joe Biden, pero él no le responde. La abuela
lleva una camiseta con la cara de la nieta fallecida, también la tía.
Acaba de cumplirse un año de su muerte. No confirmarían la tragedia
hasta el 30 de junio, cuando encontraron los restos, pero desde que ese
22 de abril dejó de responder mensajes, todos en su casa sabían que algo
malo había pasado.
Aquella mañana de miércoles Guillén
debía procesar equipamientos rotos en una sala de armas y validar
algunas numeraciones en otra. A las 10.03 entró en la primera y a las
10.15 se dirigió a la segunda. En esta última estaba el soldado Aaron
Robinson. No se volvió a saber de ella. A las 11.05 ya no respondió el
mensaje de texto del soldado de la primera sala. Se había dejado sus
llaves, su identificación militar y su tarjeta de crédito. Su compañera
de habitación no la había visto desde que dejó los barracones por la
mañana. El soldado Robinson, también de 20 años, dijo que Guillén se
había marchado tras hacer su trabajo, sin más. Dos testigos testificaron
después, en el mes de mayo, que ese mismo día le vieron trasladando a
su vehículo una caja grande y dura, con ruedas, que parecía muy pesada.
La familia de Vanessa estaba desesperada. Aquella tarde del
22 de abril, Mayra, la hermana mayor, fue a Fort Hood. Pasarían semanas
en un motel cercano mientras la buscaban. Querían contratar a un
detective, pero no tenían dinero. Aunque el Ejército comprendió
enseguida que su ausencia no era voluntaria, fue declarada, por motivos
burocráticos, ausente sin permiso —la antesala de la deserción— desde el
24 de abril hasta el 30 de junio, cuando unos obreros que trabajaban en
una cerca junto al río León en Belton (Texas) encontraron restos
humanos.
Esa misma noche de junio, la novia de Robinson
confesó. Cecily Aguilar ya había sido interrogada previamente por la
policía, pero admitió que había mentido. El soldado había matado a su
compañera a golpes de martillo en la sala de armas. Salió de Fort Hood
ya muerta, dentro de la caja. Robinson pidió ayuda a Cecily para hacerla
desaparecer, la recogió en coche y juntos fueron al río. El mismo día
que la encontraron, el soldado escapó de la custodia militar y, cuando
la policía iba a por él, se suicidó con un arma de fuego.
2. UN SECRETO A VOCES EN LA BASE
“Guillén
fue acosada sexualmente por un supervisor. Este supervisor creó un
ambiente intimidante y hostil. Los responsables de la unidad estaban
informados de ese acoso, al igual que los responsables de ese
supervisor, y no tomaron medidas adecuadas”.
“Los mandos fracasaron a la hora de corregir las acciones de un líder tóxico”.
“El
responsable interino de Fort Hood y su personal fueron excesivamente
reticentes a colaborar con los medios y proporcionar la información
correcta [tras la desaparición de la soldada] con el fin de proteger la
investigación”.
“Cuando Fort Hood adoptó una estrategia
de comunicación, ya había perdido la confianza de la familia Guillén, de
la comunidad que lo rodea y de la nación”.
Las citas corresponden a la investigación administrativa
puesta en marcha el pasado septiembre a cargo del general Michael
Garrett sobre todas las pesquisas en torno a la desaparición y muerte de
Guillén. Fue publicada el pasado 30 de abril, hace menos de dos meses.
Hasta entonces, el Ejército no había reconocido probado, negro sobre
blanco, la existencia de ningún asedio, que ella oficialmente rehusó
denunciar pero se conocía, y tampoco lo vincula a su muerte.
El
acoso había comenzado en verano de 2019, con un comentario de tipo
sexual por parte de un supervisor, que le propuso participar en un trío.
Eso contrarió a Guillén y, a partir de ese momento, el supervisor la
convirtió en un objetivo. Dos de sus compañeros informaron a los
superiores de ello. Le llamaba la atención delante de sus compañeros y
la ponía como mal ejemplo constantemente. En una ocasión, en un
ejercicio de entrenamiento sobre el terreno, este superior acudió a su
encuentro mientras ella estaba a solas, aseándose en el bosque.
La
misma investigación concluye que el soldado Robinson había estado
acosando sexualmente al menos a otra militar de la base, pero no ha
encontrado pruebas de que también lo hiciera con Guillén. No se ha
establecido oficialmente un móvil para ese crimen. “La novia de Robinson
declaró a la policía que, según este le contó, mató a Guillén porque la
joven había amenazado con contar por ahí un affaire que él
mantenía, algo sin sentido. La hipótesis más probable es que Robinson la
quiso agredir y ella se defendió, pero no se podrá concluir porque en
la base hicieron todo tan mal que dejaron que se escapara y ahora está
muerto”, señala el coronel Don Christensen, fiscal y juez militar
retirado que ahora preside Protect our defender, una organización que
lucha contra la violencia sexual en el Ejército.
Christensen fue fiscal jefe de la Fuerza Aérea entre 2010 y
2014, periodo en el que vio y sufrió los fallos del sistema, hasta que
un caso concreto colmó el vaso y le hizo dejarlo: “Procesé a un piloto
por agredir sexualmente a una civil en Italia. Su mando hizo todo lo
posible para evitar que fuera a juicio, pero conseguimos que se juzgara y
ganamos… Pero cuatro meses después, el mando superior anuló la condena
porque era un buen padre de familia y toda la respuesta de la Fuerza
Aérea a esa decisión fue hacer todo lo posible por proteger al general
que anuló la condena. La condena fue en octubre de 2012, la revocaron en
febrero de 2013 y yo me retiré al año siguiente”.
En el
año fiscal 2020, de las 5.640 acusaciones de agresión sexual que los
supervisores de las Fuerzas Armadas estadounidenses presentaron
oficialmente, solo 255 fueron a juicio. Y de esas, explica Christensen,
tan solo 50 supusieron una condena relacionada con el delito sexual.
El
Ejército considera probado que a Vanessa Guillén la acosó
sistemáticamente un militar, pero que la mató otro y que este otro había
acosado a otra soldada, pero no ven pruebas de que lo hiciera con ella
(hasta que la mató a martillazos el 22 de abril de 2020). Otro informe
de un comité independiente, formado por investigadores civiles y
publicado el pasado 8 de diciembre, dibujó un clima lo bastante venenoso
como para que incluso esto parezca verosímil.
Las 136
páginas que ocupan apenas dan un respiro. “El programa de prevención y
respuesta al acoso y la agresión sexual [Sharp, en sus siglas en inglés]
era ineficaz hasta el punto de que había un ambiente permisivo con el
acoso y la agresión sexual”, comienza. “En Fort Hood había un riesgo
claro de agresiones sexuales relacionadas con soldadas sobre las que se
podría haber intervenido, pero desgraciadamente el enfoque de los
responsables fue un business as usual (lo de siempre) que provocó
que las soldadas, sobre todo en las brigadas de combate, adoptaran el
modo supervivencia [...] y temieran informar de las agresiones y ser
aisladas y revictimizadas”.
3. NUEVAS LEYES Y CAMBIO DE CULTURA
La
comandante Gabriela Thompson se incorporó a la oficina de comunicación
de la base el pasado septiembre y es quien guía a EL PAÍS en el paseo
por la instalación, donde todo el mundo saluda con una sonrisa y, a la
luz del día, las cosas parecen funcionar como un reloj. ¿Cómo es posible
que esto ocurriera? “La confianza es algo que se erosionó durante los
últimos 20 años. Lo atribuimos al hecho de que estuvimos concentrados en
las operaciones durante ese tiempo. La confianza entre los soldados y
el mando se dañó y si no hay esa confianza no van a informar de un caso
de acoso o agresión”, explica. Desde el escándalo, añade, se ha notado
un incremento de denuncias, aunque “eso no significa que hayan aumentado
los abusos, sino que la gente se siente un poco más cómoda
denunciando”.
La base ha puesto ahora en marcha la Operación Las Personas,
Primero, un paquete de medidas a diferentes niveles que busca
restablecer esa confianza, desde facilitar las vías de comunicación
hasta reforzar la formación sobre la identificación del acoso. “No se
trata solo de powerpoints”, dice Thompson, sino de “ponerles en situaciones reales”.
Mejorar
la comunicación hacia el exterior es otra de las múltiples
recomendaciones planteadas por los expertos. El coronel Myles Caggins
también se incorporó al equipo de relaciones públicas tras el caso
Guillén. Venía de otras misiones de comunicación nada fáciles, como la
guerra de Irak o la prisión de Guantánamo. También habla de la
confianza. “Eso se convierte en una bola que hace metástasis y provoca
una crisis”, dice. La soldada Guillén, continúa, “era nuestra hermana y
su legado sigue vivo en cómo tratamos de cambiar la cultura aquí”. En el
regimiento de la tercera de caballería, donde ella servía, hay 4.000
soldados, de ellos, 500 mujeres. Caggins destaca que la primera sargento
de 2020 es una mujer latina, Ashlee Ibarra.
El crimen de
Vanessa sucedió en un ambiente de por sí tóxico, con altas tasas de
suicidio, consumo de drogas y otros delitos en comparación con la media
del Ejército. Sobre estos, tampoco se actuaba como debía. Según el
informe del panel de investigadores independiente, que concluyó a
primeros de noviembre, entre 2018 y 2020 se suicidaron 50 soldados y
fueron asesinados 11, pero el responsable de la investigación de Fort
Hood solo ha trabajado en los casos de dos soldados desaparecidos en
cinco años. Elder Fernandes, un militar de 23 años, fue encontrado el
pasado agosto ahorcado en un árbol cerca de la base tras días
desaparecido.
Después del examen de diciembre, 14 cargos
de Fort Hood y de la Unidad de Investigación de Delitos del Ejército
fueron relevados o suspendidos. Y después de los hallazgos de abril,
seis oficiales más han sido penalizados. El secretario del Ejército,
Ryan McCarthy, dijo: “Ese informe llevará al Ejército a cambiar nuestra
cultura”.
Los informes y el dolor. Las décadas de lucha
infructuosa por frenar las agresiones sexuales en el Ejército han
provocado un cambio en el Congreso de Estados Unidos. La senadora
demócrata Kirsten Gillibrand lleva años de campaña para lograr que salga
adelante una ley que marcaría un punto de inflexión en el modo en el
que el mundo castrense lidia con estas cuestiones y está logrando cada
vez más apoyos republicanos, entre ellos, el de la senadora Joni Ernst,
una ex teniente coronel que, según reveló en 2019, también fue víctima
de agresión.
La propuesta de ley retiraría a la cadena de mando la
autoridad para decidir si se procesa a un militar por delitos no
contemplados en la justicia militar, como los relacionados con la
violencia sexual o el robo. Es decir, fiscales militares pero
independientes de la cadena de mando tomarían la decisión. El caso de la
soldada de Fort Hood ha dado otro impulso a estas iniciativas. En la
Cámara de Representantes, la congresista Jackie Speier ha presentado
otro proyecto de ley similar, la ley I am Vanessa Guillén, (yo soy
Vanessa Guillén).
Como sucedió con la muerte del
afroamericano George Floyd, que también dio nombre a una propuesta de
ley, familia y organizaciones confían en que la muerte de Guillén sirva
para cambiar el curso de la historia. Es mal asunto que en Estados
Unidos pongan una ley con tu nombre. El de Guillén figura incluso en una
de las puertas de entrada a Fort Hood. Dice Gloria, su madre, que
quería ser militar desde niña, que en vez de jugar con muñecas le pedía
pistolitas de agua. Siempre pensó que se le pasaría la fijación, pero al
acabar en el instituto se alistó. “Me dijo: ‘mami, yo quiero servir a
mi país”. Gloria y su esposo no pudieron ir a la ceremonia de graduación
de su hija. Dos décadas después de emigrar de México siguen sin
papeles.
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